Ante las circunstancias vividas durante los últimos meses me he visto obligada a escupir una reflexión muy personal.
Esta reflexión la he escrito en un momento de mi vida donde me he visto con la necesidad de reflexionar muy duramente, sobre los momentos que nos borran la sonrisa.
Las personas, crecemos, nos educan, nos relacionamos en un entorno que normalmente nos es dado. Un entorno en el cual no podemos escoger. Esto hace que a medida que desarrollamos nuestros conocimientos, a medida que dejamos de imitar, observar y escoger nuestros vínculos afectivos, hacemos más sólidos nuestros aprendizajes, adquirimos experiencia y hasta llegamos a ser ejemplos de imitación de los más pequeños.
Nuestros vínculos afectivos, la forma en que queremos a las personas, la creamos nosotros mismos, a partir de la comunicación con estas. A veces, estas personas nos hacen sufrir, consiguen que toda esta felicidad que nos dan sea tristeza, quizás sin quererlo, pero funciona así.
Pero muchas otras veces, por no decir muchísimas, nos aportan ese pequeño espacio de tiempo en el que las cosas no importan. Por muy insignificantes que sean, nos regalan esos momentos que cada uno de nosotros según su método o objetivo intenta alcanzar hasta límites inimaginables. Ese momento según la real academia lo define así; estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien o Satisfacción, gusto, contento... Yo, prefiero definirla como breves situaciones en que una persona experimenta gran placer y que a pesar de la diminuta duración de estas, el ser humano es capaz de sobrevivir a múltiples irregularidades por el mero hecho de volver a sentir ese breve e insignificante momento, hay gente, que está toda su vida, buscando, mucha otra ya lo ha podido comprovar...
Versatilidad
